jueves, 23 de abril de 2015

Pachamama

La adoran como si fuese una diosa. Pero no es una diosa. Es una fuerza. ¡Y es mujer! Si hubiese sido un hombre quizás se hubiese podido llamar Dios. Pero no puede compararse.¡Esa es la suerte!


La Pachamama es la tierra. Sólo una mujer puede ser fértil y dar hijos. Se deja poseer. Pero sólo cuando quiere. Ella alimenta a sus hijos, a sus hombres.. Ella les da las fuerzas para trabajar. Y sus hijos siguen aferrados a ella para siempre.

Cuando cometen un disparate, le rinden tributo buscando su perdón. Sacrifican llamas. Le dan alcohol y coca. La veneran como si fuese un hombre. Le ofrecen lo que a ellos les gusta.

Y la Pachamama los mira los mira condescendiente, conforme con que sus hijos la adoren a su manera. ¿Qué madre no perdona a sus hijos?

jueves, 19 de diciembre de 2013

Donde Wenceslao


                                   (Esta era la casa de Wenceslao en Vueltas)

Este cuento no es de Remedios ni de mi familia materna. Es de Vueltas, también en Las Villas, y corresponde a mi familia paterna. Lo escribo tal y como me lo contó mi papá.

Mi abuela materna murió muy joven, cuando sus hijos eran pequeñitos, de modo que mi abuelo, Buenaventura, se quedó a cargo de dos varones y una niña. El mayor era mi papá; luego venía mi tío Bernardo, y, por fin, Tía Ana, la menor.

Un día, don Wenceslao, tío de mi padre, invitó a mi abuelo y sus tres hijos a almorzar a su casa —una de las pocas, si no la única, de dos pisos en todo el pueblo de Vueltas. Wenceslao era rico y, como todo rico, era bastante conservador con su dinero, por no decir tacaño. Todo en su casa era muy augusto, tal como el carácter del viejo tío. Por eso, mi abuelo les advirtió a sus hijos que se comieran toda la comida sin chistar y que no hicieran comentario alguno al respecto.

Todo fue de maravillas, hasta que llegó el postre. Mi tío Bernardo recibió su porción de dulce de guayaba con queso, pero su lasquita de queso era sumamente delgada, lo que le produjo una gran frustración. Al no poder comentar sobre la comida, levantó su lasquita de queso, se  la colocó frente a los ojos, y exclamó:

—Papá, ¡te veo!

A partir de esa historia, cuando algo de comer nos resulta poco, decimos “es de papá te veo”.




miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA MIRADA


a Miriam González, pintora



Una vez hubo en que andaba, algo levantada sobre el suelo, una mirada que lo abarcaba todo de  un solo mirar, pero que no sabía aún que era mirada porque nunca se había comparado, ni medido, ni estudiado. Veía y callaba; veía y a veces hablaba; veía y casi siempre dibujaba a través de unas manos ágiles, diestras, precisas.

La mirada veía las figuras y veía dentro de las figuras y veía el devenir de las figuras hasta el momento mismo de su necesario morir. Sabía qué iba a suceder con cada figura, y por eso quiso eternizarlas. No quería cambiarles el destino, no sabía si tenía derecho, no estaba segura de que ese don le hubiese sido dado. Se temía. Se temía y sufría. Por las figuras y por sí. Sufría por sí queriendo que ese mismo poder que le hablaba para contarle historias le explicara por qué se las contaba y qué quería que hiciera con ellas.

La tela blanca y vacía ante sí podía irse llenando con aquella angustia que las manos tenían el don de decodificar para que las figuras recobraran en el lienzo la apacible serenidad de la ignorancia. Empezaban a aparecer, más hermosas que antes, tocadas por la conciencia de que allí renacían constantemente.

Un día vino un coleóptero de duras y rojas alas a mirarse en su historia. Y vio que su caparazón era aplastado por una piedra grande que se desprendía desde lo desconocido. Iba a llorar, a gemir ante tal aterrador destino, cuando en el cuadro las alas tomaron tal dureza que la piedra se fragmentó con el solo contacto. Tales eran los fuegos de los pedazos que volaban por el cielo, que el coleóptero supo que sus alas eran coraza y no sólo instrumentos para volar. Se sintió  fuerte frente a aquel espejo y sobrevivió.

Otro día fue un lápiz amarillo y con goma quien se asomó al retrato de sus destinos. Y se vio aprisionado entre los dedos de un niño rubio que iba a apretarlo y frotarlo y a mutilarlo hasta dejarlo mocho y abandonado a las acciones del polvo de los rincones. El lápiz quería lamentarse de aquel cuadro que la mirada le había entregado generosa. Pero cuando iba a hacerlo, vio, dentro del mismo cuadro, dibujarse otro cuadro que parecía mero fondo para la exposición de su quijotesca figura, y descubrió que lo pintaba el niño de pelo de maíz que se asomaba por primera vez al mundo gracias al grafito extraído  con dolor de su capa de pino maderero. Se sintió mocho y fuerte frente a aquel espejo y sobrevivió.

Otra vez un poema atrevido osó salirse de su blanco lecho de abstracciones para contemplarse en innúmeras manchas coloreadas de aparente insignificación que habían sido trazadas  por las manos esclavas de la mirada. Vio en las manchas que iba a ser incomprendido por su destinatario y que tendría que permanecer encerrado en sí mismo en un cuaderno de notas viejo y amarillento. Quiso desaparecer de la página cuadriculada que lo contenía; quiso no haber nacido. ¡Tan frágiles son esas criaturas del dolor otrificado! Pero vio que las manchas eran ecos inapagables de sus sonoridades y que se iluminaban al ritmo de sus rimas soltando goticas finas de sangre en cada golpe de pincel. Y salió despedido el poema hacia las manchas endecasílabas y se trenzó con ellas en un abrazo permanente sin saber a ciencia cierta cómo había llegado hasta allí. El poema sintióse fuerte dentro de aquel espejo y sobrevivió.

Y la mirada se iba distanciando del suelo hasta que no pudo hacerlo más porque ya estaba lo suficientemente cerca de las inmensidades. Seguía previendo destinos y callando destinos y pintando destinos apaciguados por sus hábiles manos auxiliares.

Pero lo único que le estaba vedado avizorar a la mirada era cómo las cosas iban a verse a sí mismas a través de ella y cómo su visión las transformaba en seres sempiternamente alegres.

Por eso, la mirada estaba condenada a seguir sufriendo por las figuras y por sí, y a veces rogaba a quien fuera el que le hacía ver los futuros de las cosas que viniera a explicarle para qué los veía. Creyó que Miguel Angel había llegado a saberlo cuando miró sobrecogida aquellas manos queriendo tocarse en La Capilla Sixtina.

Pero no bajó Miguel Angel de los cielos, ni bajó ángel alguno, ni salieron de naves fusiformes sus probables antepasados para descubrirle la finalidad de su extraña videncia. Tuvo que seguir mirando y callando; mirando y a veces hablando; mirando y casi siempre dibujando, dotando a sus manos ágiles de un incontenible movimiento creador para seguir transformando el mundo sin saberlo. 







martes, 12 de noviembre de 2013

Sentir de poeta

 
Válido es todo sentir de poeta 
toda impresión 
vigorosa o suave 
rabiosa o tierna 
jubilosa o triste 
ligera o profunda.
  
Válido mi pegaso mitológico 
mi juventud a ultranza 
mi llave-clave.

Válido el boomerang de plata 
los espejos paralelos 
mis juguetes salvajes.
  
Mézclense con la Historia 
canten en la selva 
bailen 
vuelen al cosmos 
pinten espirales en el espacio 
duerman silenciosos 
salten.

Hagan cambiar el Tiempo 
que ha de cambiar obligatoriamente 
pesen mucho en la espalda 
en el hombro
en la sien, 
revuelvan los impulsos aplacados 
desboquen sus potros 
desvelen el sueño 
provoquen somnolencia en la vigilia 
perturben el reposo 
calmen el fuego del pensar 
incansable.
  
Y sobretodo siempre 
no permitan que la tranquilidad 
nos enajene.

miércoles, 30 de octubre de 2013


Inicio de mi nueva novela

Las transiciones de Octavio

Un pálpito abarcador se apropiaba de su mente, y percibía una clara presencia familiar nunca acompañada de su ser corpóreo. Hubiera querido extender la mano para alcanzar la otra o para acariciar el cabello de raíces que otrora se ensortijaba en sus dedos ansiosos... ¡Pero hubiera sido inútil!

La primera vez que Octavio transitó, lo hizo en un sueño. Se había quedado dormido pensando en Estela, oliendo la fragancia de su abundante pelo rojo, abrazando la redondez de su cuerpo blanco y suave y tibio... ¡Y despertó a su lado! Ella dormía ceñida a él, desnuda bajo la colcha. Octavio podía sentir la calidez de su piel y el aroma de su cuello, podía besar sus ojos cerrados, su nariz afilada, su boca entreabierta. Estela era de él y de nadie más. Le pertenecía, al menos en su sueño...

Los recuerdos se habían materializado a retazos, como en un rompecabezas. Cada pieza era, en sí, perfecta. El todo ya no existía. Cada transición le traía algunas piezas. La primera le entregó el cabello de Estela, su cuerpo, sus facciones... Entonces lo consideró bastante. No suficiente, pero bastante. Estaba satisfecho. ¡Por el momento!...

viernes, 25 de octubre de 2013


Fragmento de mi novela "Basilisa"

Despierta, Basilisa sabía que el miedo era absurdo. Lo sabía desde los siete años. Sabía que se vencía estudiando, aprendiendo, sabiendo. Era un sentimiento primitivo y bruto.
En su casa nadie sentía miedo. No podían sentirlo. Sabía que la oscuridad era sólo falta de luz. De noche, todos los gatos parecían pardos. Pero Basilisa sabía que Mauricio era blanco y que Caretica era una gata barcina. Lo sabía porque los había visto de día, porque los conocía, porque había jugado con ellos y les había dado de comer. Sabía que la oscuridad no era una cueva vacía ni misteriosa. Era el manto negro de la noche que suplantaba al manto iluminado del día. Por la rotación de la Tierra alrededor de su eje. Para que las plantas pudieran respirar, y para que el terral sustituyese a la brisa. Para que los hombres y los animales descansaran y soñaran. Para que las lechuzas vigilasen y el pavimento pudiera refrescarse. Sabía que el coco no existía, ni tampoco el cocobolo del que hablaba su tío Carlos. En Cuba no había lobos, ni fieras, ni serpientes venenosas. Sólo la viuda negra, pero únicamente en Oriente, ¡y eso quedaba muy lejos!

Una noche, los piececitos de las sandalias blancas quisieron andar, levantarse del silloncito que había sido de Basilisa-bisabuela, para salir a buscar un caramelo dejado, por olvido, en el comedor, al final del larguísimo pasillo. (¡Y era de noche!)
Estaba oscuro, pie derecho, pie izquierdo. La noche no es una cueva vacía, pie derecho. Pero parece una cueva vacía, pie izquierdo. La Tierra gira, pie derecho, y ahora el sol está del otro lado, pie izquierdo. Bom bom; bom bom; bom bom. No hay leones, pie derecho, bom, bom, bom. ¿Y tigres?, pie izquierdo, bom, bom, bom. ¿Y viejas locas?, pie derecho, bom, bom. Esta casa es la más segura del mundo, pie izquierdo, bom, porque la construyó el Ingeniero Sánchez Giquel, pie derecho, bom. La estatua romana quiere salirse del pedestal, izquierdo, bom, bom, bom, bom. Pero es de piedra, derecho, bom, bom, bom. No, las viejas locas están en “Mazorra”, izquierdo, bom, bom. Yo me porto bien, derecho, bom.
Las manitas, que ahora asían el timón de Raisa, más resueltas que inseguras, tentaron la mesa de comer, que hacía rato había sido recogida para que los ángeles de la guarda pudiesen no continuar arrodillados, y ¡eureka! hallaron el caramelo en las tinieblas y lo apretaron con fuerza. Los piececitos echaron a correr pasillo abajo, izquierdo, derecho, ¡100 kms!, BOM; izquierdo, derecho, ¡125 kms!, BOM; izquier, derech, ¡140!, BOM; izq, der, ¡155!, BOOOM...
―¡Mami, te traje un caramelo del comedor!
―¡¿Y no tuviste miedo?
―¡No!

miércoles, 23 de octubre de 2013


Mi sueño

No me niegues un sueño-ciencia-ficción
no me impidas que estés en él
acompañando mi extensa aventura espacial
cargada de dimensiones múltiples:
ibas conmigo
teníamos los pies alados
andábamos
sobre nubes gruesas, grises, esponjosas

sin nave de metal
ni combustible
nos agarrábamos
a un boomerang plateado
extraído de un sueño
soñado dentro del mismo sueño mío
corríamos entre los cráteres lunares
apartando el humo
con las miradas magnéticas
y entrábamos, con seguridad, por los soles
de las verdades limpias
grandes
majestuosas
los soles de las verdades soñables.