Bajé las
escaleras de la buhardilla para encontrarme con él en el cuarto. Traía sus
sandalias en mis manos. Pero yo andaba descalza.
- ¿Por qué no te
calzas mis sandalias?- me dijo.
- No sé- le
respondí, -¡y tengo los pies tan fríos! Tus sandalias siempre me gustaron más
que todo.
- Entonces,
póntelas.
- No puedo, hay
una fuerza en ellas que no me deja meter mis pies. No quieren que yo las calce. Pero las tenía
en mis manos. Comencé a aplaudir con ellas. Tlap, tlap, tlap, sonaban. Entonces se me
salieron de las manos volando. ¡Tenían alas! ¿Adónde irán? Se perdían en el
cielo después de haberse escapado por la ventana.
- Y ahora,
Mercurio, ¿qué piensas hacer?
Me gusta como escribes; el lector siempre se sorprende. No eres previsible y eso se agradece. Sigue escribiendo que quiero continuar leyéndote.
ResponderEliminarSaludos!
Muchas gracias, Jeremías Soler.
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